miércoles, 27 de febrero de 2013

LEYENDAS URBANAS DE LA MEZQUITA: EL BUEY QUE REVENTÓ

El buey "reventado"

Otra leyenda importante de la Mezquita de Córdoba (debería decir Catedral, pero digo Mezquita porque cada vez hay menos tolerancia por la parte cristiana y se pretende borrar la memoria del pasado árabe), es la del buey que reventó. Siempre nos gustaba llevar al amigo, que normalmente era de otro barrio y actuar de temporales intérpretes, o cicerones, como se llamaba a los guías oficiales del monumento, aquellos que enseñaban a los turistas, a los “franchutes” que llegaban en los autobuses de la franquista Atesa (Autotransporte Turístico Español, S.A.), empresa del INI fundada en 1949, para el trasporte de la incipiente industria turística. Los mismos, que percibían un porcentaje de las compras de estos viejos turistas franceses, en las exclusivas, y contadas “tiendas de recuerdos”. Eso daba un cierto empaque después, cuando estos amigos contaban en su barrio la visita y la historia que les habíamos relatado, eso si corriendo el riesgo de que te aplicaran la Ley de Vagos y Maleantes, que le aplicaban a los clandestinos.

Otra vista muy peculiar del buey donde podemos ver su boca abierta

Nosotros presumíamos de conocer los intríngulis más misteriosos y ocultos de la Mezquita, en tiempos en que, la lasitud en la visita del monumento nos permitía incluso pasar por detrás del buey –visto el espacio se podrá comprender la anatomía de los eventuales “ guías”-, corretear por el Coro y Altar Mayor, e incluso subirnos al púlpito, bueno a los púlpitos, ya que son dos. Y algunos incluso saborear el dulce vino de misa de la capilla de la Purísima. Delante del poderoso y blanco animal, que yacía con gesto de dolor, agonizante, con la boca abierta, relatábamos como éste había trasladado todas las columnas de la Mezquita y cumplidor él, cuando lo hizo con la última, reventó. Cariñosamente, aunque con cierto reparo tocábamos los fríos cuernos, e incluso señalábamos las “tripas” que estaban desparramadas por el suelo detrás del mismo –son las nubes del cielo-. Y con el mismo reparo le metíamos al noble animal, la mano en la boca que, entreabierta parece que incitaba a ello. Más que reparo era un cierto miedo, como el que a mí me daba, al echar una carta en la enorme boca del león del buzón de Correos, cuando la oficina estaba frente al cine Góngora.

El conjunto del buey y águila y el púlpito

A su lado, el águila no nos merecía la menor atención, porque estaba allí para comerse las entrañas del noble animal, según nuestra versión sanguinolenta. Un águila negra posiblemente del mismo material, cordobés por excelencia, de los escalones del altar, la caliza mícritica del Rodadero de los Lobos. La muerte del buey había sucedido por un esfuerzo prolongado en el tiempo, si tenemos en cuenta el que se tardó en construir la Mezquita, y el número de fases de su construcción, ya era raro que su vida fuera tan prolongada, pero eso no nos preocupaba. La realidad es que era cosa materialmente imposible, lo que significaba el primer desmentido de la leyenda.

A la izquierda podemos ver la nubes (tripas desparramadas)

El buey, el águila, el ángel, y el león, que formaban parte de los basamentos de los dos púlpitos del altar mayor, eran ni más ni menos que los símbolos de los evangelistas. El púlpito de la izquierda, el del Evangelio, representa a San Lucas con el toro, y a San Juan con el Águila. Y el de la derecha, el de la Epístola, al ángel con nube de San Mateo, y al León de San Marcos. Ya tenemos de momento la realidad de la representación del noble buey, y el segundo desmentido.

José Miguel Verdiguier, escultor francés, llegó a Córdoba en el siglo XVIII, precisamente en el año 1761, y sus obras son muy conocidas en nuestra ciudad. La imagen titular de la Capilla de Santa Inés, fue una talla suya. Martín de Barcia, titular de la sede de Osio en Córdoba durante los años 1756 a 1771, le encargó los púlpitos de la Catedral que acabó en 1779 con Baltasar de Yusta de obispo. Los púlpitos están tallados en caoba, y constan, como casi todos, de basamento, cuerpo y tornavoz, y en su base están los símbolos de los evangelistas citados, en un conjunto de color variado, de distintos mármoles.

El conjunto del ángel y el león y el púlpito del lado de la epístola

Verdiguier tiene otras muchas obras distribuidas por la ciudad. El triunfo del Potro, que antes estuvo en San Hipólito, el de la Puerta del Puente, y la escalera barroca, de la Biblioteca Provincial de la calle Amador de los Ríos del antiguo colegio del Obispo. Así que nuestro gozo en un pozo, la nobleza del animal no la demostró con el acarreo de las columnas, ni siquiera en una corrida de toros, sino por ser un símbolo bíblico. Y nosotros, guías clandestinos, cuando de mayores, conocimos la verdad, sufrimos otra decepción similar, como cuando descubrimos que los reyes magos eran los padres, o que las palabras buscadas en el diccionario; follar, polla y chocho, significaban: dar con el fuelle; gallina joven; y altramuz. Algo muy distinto a lo que el listo de la cuadrilla nos había dicho. Al hilo de esta cuestión del listo, recuerdo como una vez uno de ellos -había varios, por su edad superior-, nos reunió para explicarnos el misterioso problema de la concepción, para estropear a algunos el asunto de la cigüeña, porque entonces, de semillita nada de nada:

Una vista del ángel y el león.

–Vuestro padre –decía el erudito sexologo callejero-, para que vuestra madre se quedara embarazada, se tuvo que acostar once veces con ella.

Uno, más científico, pero más “tonto” o inocente, le rebatía:

–Creo que, según un libro que he leído, con una sola vez sería suficiente, si se daban las condiciones.

Y aquello significaba la contestación violenta del “listo”:

–¡Tú te callas, que de eso no sabes nada! –y remataba- ¡y además no tienes edad!


El león. También su boca merecía un respeto

A su vez era coreado sumisamente por el resto, que avalaban el comentario de los once “ayuntamientos carnales” como decía el diccionario. Y yo tenía que comerme mi libro de ginecología, recetado por nuestro médico de cabecera, el bueno de D. Emilio Maya, ante una incipiente hipocondría por leer otros de medicina, y por aquello de que con la ginecología no había problema. Estaba visto que no bastaba con tener gracia, ni con leer libros, si no que también había que ser gracioso. Y en evitación de un cogotazo del mayor, lo mejor era aceptar sus conocimientos sexuales callejeros. Eso sí, estos individuos eran admirados por todos, al comprobar lo que echaba al masturbarse, cuando la clase era práctica, no teórica, ya que los demás, aún, no teníamos las vesículas seminales a pleno rendimiento, y eso parece era suficiente garantía de su saber. Claro esto no tiene nada que ver con el buey.


Fotos y vídeo del autor

2 comentarios :

Rafael Arjona dijo...

Ja, ja, ja. Muy bueno el final. Aun recuerdo cuando los monaguillos de la parroquia de San Pedro nos masturbábamos en corro, comparando tamaños, diámetros, cantidades y alcances.
Un poco antes, buscando en un diccionario la palabra polla me encontré con la siguiente definición que no he olvidado: "Derecho con que se paga el pan en el horno común". Yo que, naturalmente, esperaba otra cosa me quede patidifuso.
La leyenda del buey era muy conocida y muy atractiva. Ver la cantidad de columnas que hay en la Mezquita y pensar que todas las había acarreado un solo buey en un esfuerzo continuo hasta que, claro, el pobre reventó resultaba muy sugerente como ejemplo de esfuerzo total y precisamente en un animal.

Paco Muñoz dijo...

Algunos hasta en el campanillo de la torre, en el final de la escalera de caracol, a la vista de la ciudad, en aquel círculo. Y efectivamente los tunantes presumían de caudal lácteo, y la distancia del alcance, claro los que aún no habían llegado a ese extremo se conformaban con esperar llegar algún día. Luego estaba el pelo púbico o de las axilas. Respecto a lo del pelo púbico un amigo ya fallecido, de Ojuelos Altos, lo apesadumbraron tanto los mayores de que no tenía pelo púbico que no tuvo nada más que del alquitrán de los peones camineros untarse en la zona para ser igual, y claro el problema fue quitarle el alquitrán con gas oíl. Un numerito al que te abocaban los mayores abusadores.
Yo esa definición no la había oído, la de gallina joven era desesperante, ¡vaya leche con el diccionario!
Y lo del buey, de película, todo el mundo se lo creía. Eso es como la historia de las mil columnas. En fin. Un abrazo.