martes, 30 de marzo de 2010

EMILIO SANTOS POZO, “EL MUDO”. LIMPIABOTAS.


El Mudo con su moto en la romería.

Cuando mi padre me llevaba, allá por los cincuenta del siglo pasado, por el centro de la ciudad, entendiendo éste centro por los alrededores de las Tendillas. Aunque había otro eje importante que era la calle Nueva, hasta la Plaza del Mercado de la Corredera. En la calle Nueva, había el mayor número de ferreterías de la ciudad: El Timbre, el Candado, La Llave, etc. y de droguerías, y de perfumerías, y de zapaterías. Era el paso obligado al gran mercado central de todo el personal que venía de los barrios perífericos y de la provincia.

Alrededor de ese centro que se prolongaba también hacia el oeste, hasta la Puerta de Gallegos, estaban los grandes casinos, y los centros de negocios de labradores y ganaderos. Una calle muy especial entre estas, era la calle de la Plata, en ella se podían ver a famosos futbolistas, toreros, e intelectuales, aunque menos de estos últimos, toda vez porque se prodigaban poco, además de políticos locales de provincias, que hacían hora para despachar con el jefe provincial.

El Bar Plata en la calle del mismo nombre.

Había unos personajes muy significativos. Eran los limpiabotas. Los había de variados estilos, entre ellos se encontraba uno muy especial que siempre me señalaba mi padre; “El Mudo”. Un personaje posiblemente de la edad de él, o quizás algo mayor, con una especia de uniforme creo que azulado, con botonadura dorada, a mí se me antojaba de botones de hotel, o de húsar. Gesticulante, ruidoso, que emitía unos sonidos disonantes, fuertes, como gritos sin acentuar. Bastante parlanchín en su lenguaje gestual. Con una caja con un soporte para el pie del cliente, llena de tachuelas, haciendo dibujos, así como un pequeño banquillo forrado la parte del asiento.

Un limpiabotas cualquiera.

Si nos parábamos un momento mi padre me decía que observara los movimientos. Primero empezaba por introducir unos cartones entre el zapato -para proteger los calcetines de cualquier roce-, y le doblaba el pernil del pantalón, luego abría la caja de cremas y sacaba una pequeña metálica y con un cepillo pequeño de madera le untaba el zapato, otros lo hacían a manos, con los dedos. Ahora empezaba el espectáculo; con un cepillo mayor, también lleno de tachuelas, extendía la crema por toda la superficie del zapato, en unos movimientos de vaivén a la vez que se lo cambiaba de mano, artísticamente, dando una palmada al cogerlo e incluso lo volteaba por el aire. Finalizaba con una bayeta que era la que le daba el toque final, todo esto sin dejar de hablar, mejor dicho de chillar y gesticular. La bayeta doblada y cogida por ambos extremos pasaba por la pala del zapato a una velocidad endiablada, y no digamos por detrás, por el talón. Vuelta al otro pie, bajada del pernil y de nuevo lo mismo.

No me gustaba el oficio, que por otra parte era tan digno como el que más, pero limpiarle los zapatos a un individuo en plena calle, casi sentado en el suelo por lo pequeño del banquillo, y la citada caja de útiles de limpieza, con el soporte para el pie. He dicho individuo y quiero recalcarlo, porque no era gente normal la que usaba de ese servicio. Siempre algún destacado, ganadero, torero, “dandi” o aparentemente adinerado ciudadano eran los clientes. Recuerdo que pasado S. Nicolás, en la calle Concepción había un establecimiento de limpieza del calzado, allí el cliente se subía en unos asientos en altura y los limpiabotas estaban debajo ejerciendo. Iris me parece se llamaba, y si no está ya, estuvo hasta hace poco dedicado a productos del calzado. Aunque la mayoría de los limpiabotas eran ambulantes, como era la vida en ese tiempo. Una vez terminado el trabajo la frase:

- ¡Limpia, limpia, señor! –significaba estar dispuesto para otra trabajo.

Emilio Santos, El Mudo con su bicicleta.

Emilio Santos Pozo, se llamaba “El Mudo”, que también era vendedor de lotería. Era natural de Peñarroya. Tenía una bicicleta que si hubiera sido hoy diríamos de ella que estaba “tuneada”, creo que se dice así. Un habitual de las Romerías con la bicicleta adornada, como si de una carroza se tratara. Siempre encabezaba los desfiles hacía la romería, y ganaba bastantes premios en los concursos. La bicicleta tenía luces por todos sitios y todo tipo de adornos. Y era tremendamente “patriota”, por los símbolos que normalmente portaba. Tenía también, o me lo parecía a mí un cierto porte de legionario. Hay que reconocer que para subsistir había que hacer cualquier cosa, y la clientela que tenía no se lo hubiera permitido, es decir no se hubiera comido una rosca si hubiese hecho gala de otros simbolismos.

Luego se compró una moto, una Lambretta, creo recordar. También era la motocicleta más “tuneada” de Córdoba. Luces intermitentes, por todo el frontal, por los laterales… y aunque, no estoy seguro, pues podía ser una leyenda urbana, se oía que nunca se sacó el carnet. También ahora con un vehículo a motor se podía permitir el lujo de que la carroza fuese mayor. Y Romerías, y más premios. Murió en 2006, y haciendo un simple cálculo, seguro que llegó a los noventa o estuvo muy cerca de ellos, ya que me parece nació por el 1915. Las fotografías que dispongo de él son de la prensa local, pero seguro que hay algunas por ahí mucho más significativas. Anteriores o contemporáneos suyos hubo otros colegas distinguidos que se merecen también estar en la galería de personajes cordobeses, pero los dejamos para otra ocasión.

Fotos del periódico Córdoba.


12 comentarios :

MariaJU dijo...

Echaba yo de menos las historias de personajes. Con las de rutas, que son la mar de ilustrativas, me pierdo un poco, pues no conozco los lugares de los que hablas.

De todas formas siempre interesantes y entretenidas.

saludos >:0]

J. Eduardo V. G. dijo...

Veo que te pasa como a mí y supongo que a mucha más gente que recordamos con más nitidez que a otra gente más cercana a tipos de personas curiosos que vimos por nuestra niñez.
También trabajos que hoy van siendo totalmente extraños, como el limpiabotas, afiladores, barquilleros y otros oficios que van pasando a la historia.
Un abrazo.
He ampliado el último artículo, te lo comento por si ya lo habías leído.

MariaJU dijo...

Por cierto, me acuerdo yo de ese lugar donde se sentaban los señores a que le limpiasen los zapatos.

No me gusta a mi tp mucho ese oficio, tan digno como cualquiera, pero la postura para limpiar el calzado ante el cliente delata una insufrible e inquietante sumisión.

Paco Muñoz dijo...

Lisis, habrá que hacer rutas por los terrenos del Ducado, o sus alrededores. La primera que hice fue en seiscientos con una avería en el circuito del agua que me obligaba a llevar "damajuanas" para reponer a cada momento.

Fuimos ver a un compañero de la mili, Luna de apellido, como es normal allí, y Manuel de nombre, que era novio de una compañera de colegio de Conchi. Nieta de la señora que tenía el estanco en la plaza. Ahora están en Lucena.

Además de haber ido muchas veces en bicicleta, por los dos caminos, Santa Cruz y el habitual.

Otros amigos de allí hace tiempo no se nada de ellos.

Paco Muñoz dijo...

Eduardo es lo normal, cuando el disco duro está limpio, lo que se graba se queda para los restos bien grabado. Lo de diario se va y se viene. En la contestación a Lisis no me acordaba del nombre de Maruja, la novia de mi amigo y compañera de colegio de Conchi, he hecho un gran esfuerzo, pues bien contestándote a ti he enganchado la neurona adecuada.

Llevas razón los oficios que desaparecen, me estoy acordando de los latoneros, que reparaban por la calle con un soldador calentado con un hornillo, ollas y otros artilugios e incluso hacían unos vasitos con latas de leche condensada, a base de estaño. Y estando en el tajo, pasaba un reactor lo miraban y decían:

-¡Hay que ver hasta dónde hemos llegado los metalúrgicos!

Ezequiel Martin Barakat dijo...

Paco, qué relato tan lleno de nostalgia y de recuerdos, me encantan tus historias de vida, hasta parece que pudiese (salvando las distancias) volar con las palabras hasta allá. Un fuerte abrazo! Ezequiel

Paco Muñoz dijo...

Ezequiel muchas gracias, sobre todo viniendo de una pluma tan espléndida como la tuya es un gran honor para mí tu opinión.

Un fuerte abrazo.

Ana dijo...

Una vez más tu relato remueve mis recuerdos. Aunque esta vez no son muy precisos.
Al nombrar el Iris se me ha venido a la cabeza la imagen de un yogui que fue un espectáculo en Córdoba, estaba más arriba o más abajo del Iris, no recuerdo en que establecimiento, no era un local muy amplio, al fondo había unas cortinas que ocultaban una trastienda.
El hombre estaba recostado en una urna de cristal como la de Cenicienta, se decía que iba a estar 40 días y 40 noches sin comer, ni beber.
No sé si había que pagar para entrar a verlo, lo cierto es que había que hacer cola para entrar.
Yo fui con mis padres a verlo, se entraba por el lado derecho, se giraba en torno a la urna y se salía por la izquierda.
El hombre era rubio, su pelo largo, tenía buen color, gesto tranquilo,los ojos cerrados, parecía dormido.
Todo el mundo se admiraba de que llevara tantos días sin comer.
Yo era muy pequeña, pero como debo ser descendiente directa de Santo Tomas, mientras giraba en torno a él pensaba: Este tío en cuanto se vaya la gente, se mete ahí detrás y se pone puito.

No sé si alguien recordará con más detalle este tema.

Paco Muñoz dijo...

Ana, en primer lugar muchas gracias.

Yo tengo un ligero recuerdo de lo que dices, pero no lo vi, son de esas cosas que pasaban en ese tiempo, igual que con las atracciones de feria, había una serie de casetas-estafa que contaban los mayores, como una que decía sólo para hombres y dentro había un pico o piocha como decimos nosotros u otra del feroz hombre salvaje Ramasana, que tengo previsto publicar. Esta tarde voy a preguntar a un amigo que tiene una memoria fuera de lo común a ver si se acuerda del faquir. He intentado buscar en la hemeroteca sin suerte, pero te prometo que lo tengo en cartera.

Si me acuerdo, por ejemplo, del Sansón del Siglo XX, en la plaza de toros de los Tejares, en el 1956. Seis pesetas me costó la entrada, mi sueldo de una semana en la orfebrería del artista Francisco Díaz Roncero. De cuando se tiró un paracaidista desde la azotea de la esquina de la calle La Plata a las Tendillas y tiraron antes botellines en paracaídas. O montones de espectáculos callejeros a cual más curioso.

A propósito me ha gustado tu palabra del final, se ponía “púo” o “puíto” de comer que la voy a incorporar al diccionario de palabras algunas muy nuestras y otras menos pero todas curiosas.

http://notascordobesas.blogspot.com/2010/02/argot-de-palabras-cordobesas.html

Gracias nuevamente Ana. Te has dado cuenta el aporte que hacemos todos sin darnos cuenta.

Anónimo dijo...

Que malas pulgas tenia "el mudo",con esa forma suya de "hablar",um,um,um...Como
aprendiz de taller de bicis
tuve que tratar con él más de
una vez,exigiendome,pero nunca
dando ni una peseta de propina.
No se fiaba de nadie,Creia que
todo el mundo le engañaba.Pero
que malas pulgas tenia.

Anónimo dijo...

ben---En la calle de la Plata se
vendian las mejores gambas cocidas,
de toda Córdoba.Cuando la gamba era
lo que era,un producto caro,que sólo se comía en contadas oca-
siones,sobretodo para fería.Mi padre,que era de buen gusto,pero
que le costaba mucho rascarse el
bolsillo,siempre decía:..."las mejores,las de la Plata",al final
mi madre lograba convencerlo y nos
llevabamos el cucurucho grande de
gambas a la fería,para comerlas
con cerveza fria y amarga del Aguila,ummm,que sabores.Ahora hay
gambas hasta congeladas,ya no son
lo que era.

Paco Muñoz dijo...

Es cierto lo que dices, era un desconfiado de marca mayor, y claro como no lo entendías, no sabias lo que pretendía decir, aunque los malos modos se entienden siempre.
¿Qué taller de bicicletas de los muchos que había? ¿Chocolate, Rufino, etc etc.? Eran muy habituales los talleres de bicicletas. Ya sólo quedan en las tiendas del ramo. Me acuerdo del de Reyes Católicos que estuvo ?o está aún? hasta hace poco y claro los de la ribera, Cruz de Rastro y Fuente.

Era muy habitual lo de comprar e irte a la feria o a un bar a comerte lo comprado, gambas u otro producto.

Yo recuerdo Casa Salinas en la entrada de San Alvaro, ir con mis padres, subir a un reservado, desde el que se veía la calle Cruz Conde, y sacar mi madre la fiambrera y cenar allí, en el bar sólo las bebidas, ellos cerveza y vino mi padre, y a mi una gaseosa de esas que el carbónico te salía por la nariz y el lagrimal.

Gracias por activar recuerdos gratos.